Algunos de mis compañeros de trabajo, muchos de ellos grandes fotógrafos de prensa, me han comentado alguna vez que sienten envidia de mi afición por la naturaleza, y que les gustaría alguna vez venirse conmigo al campo, para comprobar in si tu lo que se siente fotografiando la fauna salvaje. Quizás, tras esta historia, se desanimen un poquito. La foto en cuestión tendrá más de quince años y fue publicada en la revista Natura allá por el año 95. Era yo más joven e inconsciente, y se me pasó por la cabeza, emular un reportaje de National Geographic que trataba de técnicas de filmación de insectos con objetivos macro. Ni cortó , ni perezoso, me acerqué a la farmacia del barrio y me hice con varios tubos de ensayo . Estos servirían para alojar agresivas hembras de mosquito, necesitadas de sangre para completar su ciclo vital, y que pude capturar a primeras horas de la mañana en la marisma inundada. Todo es cuestión de extender el brazo, e ir cazando los individuos que se posan para picar.
El siguiente paso era transportarlos a mi casa donde tenía preparado todo el montaje fotográfico con varios flashes, trípodes, objetivos macro y tubos de extensión.
Inmovilizado el dedo índice de mi mano izquierda sobre un pequeño taco de madera situado a la distancia de enfoque correcta, solo quedaba esperar la colaboración del modelo fotográfico elegido para la sesión. Colocando el tubo de ensayo boca abajo sobre el dedo elegido, la hembra de mosquito se colocó en posición, y comenzó a perforar mi piel. A través del visor de la camera pude ver toda la secuencia de la picadura, y mientras, con mi mano derecha iba accionando el disparador. Cinco interminables picaduras tuve que soportar , hasta que se colocó de perfil y comenzó a succionar sangre llenando su abdomen por completo.
Estos últimos días he estado visitando la marisma, y viendo mis pies hinchados de picaduras he recordado esta historia.Creo que algunos de los que dicen que vendrían conmigo a la marisma, se lo van a pensar dos veces. Me puse de Aután en barra hasta las cejas, pero olvidé untarme debajo de los calcetines, y en cada pie he podido contar hasta cuarenta picotazos. Grave error
